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125 años, 20 anécdotas azulgranas

Repasamos varias anécdotas curiosas y divertidas que se han vivido durante la historia del club, con motivo del 125 aniversario

125 años son muchos. En ese tiempo, el FC Barcelona ha vivido momentos de todo tipo. Victorias, derrotas, títulos, alegrías... Pero también anécdotas curiosas que han quedado para el recuerdo. Por eso, y con motivo de esta celebración, repasamos 20 historietas que todos los culers deben conocer.

1. Cuando no existían los "speakers"...

Hace años ya que los espectadores de fútbol conocen las alineaciones confirmadas de ambos equipos cuando la megafonía de los estadios hace retronar la voz del speaker de turno repasando los onces iniciales. Esto que parece de toda la vida no guarda mucho que ver con los primeros tiempos del FC Barcelona. Entonces, y con desarmante sencillez, el delegado federativo se presentaba en el terreno de juego para gritar «¿quién falta?», cuestión a la que los respectivos capitanes contestaban «¡nadie!». Y los espectadores, a espabilarse para distinguir quién jugaba con los suyos. De los demás, apostamos, ni se ocupaban, salvo singulares excepciones derivadas de enfrentamientos anteriores no olvidados.

2. Altruismo

A principios de 1902, los ingresos mensuales del FC Barcelona sobrepasaban por poco las cien pesetas. Tantas cabezas, tantos sombreros: Ésta era la cantidad de socios barcelonistas, que aportaban una cuota de una peseta por barba. Las penurias de la caja azulgrana se atenuaban gracias a las aportaciones personales de los más espléndidos, que a veces permanecían en el anonimato. Cada uno sumaba con lo que podía y así, muchas veces aparecía en los vestuarios de la carretera de Horta alguna pastilla de jabón sin necesidad de saber la identidad del generoso contribuidor a la higiene del grupo. En otro ejemplo de aquellos tiempos altruistas, Ernest Witty, jugador y copropietario de un negocio de material deportivo en Barcelona, ​​explicaba sin jactarse que, con el importe de todos los balones que llegó a regalar a su club, se hubiera podido comprar un automóvil. No es necesario realizar cálculos. Eran desprendido en la mayoría de la causa que amaban.

3. El ojo que saltaba

George Meyer era un jugador suizo del Barça en los primeros y heroicos tiempos, entre 1901 y 1904. Llevaba un ojo de cristal, circunstancia desconocida por sus rivales. Una vez, en pleno partido contra el Català, sufrió un encontronazo con Viñas, rival que le marcaba. El ojo saltó, cayó al suelo y el flemático Meyer lo recogió con gansonería mientras le decía sonriendo a Viñas: «No te asustes. ¡Aún me queda otro!». Desde ese momento, todo el mundo en el mundo del fútbol se enteró de que el suizo era tuerto. Así, en una auca publicada en aquella época se podían leer estos versos en su honor: «Meyer sabe un nido / y eso que sólo hace un ojo vivo».

4. Ninguna pelota en el campo

Sorpresa en el encuentro disputado por el Barça y el Internacional en el campo de la carretera de Horta el 21 de febrero de 1904, correspondiente al Campeonato de Cataluña. En aquella época, el club que jugaba en casa tenía la obligación de disponer de dos balones para los compromisos de competición oficial, mientras que el equipo visitante debía llevar uno, por si acaso. En la primera parte, las dos bimbas del Barça se reventaron y cuando se solicitó al Internacional que cedieran la suya, resulta que habían ido con las manos vacías. ¿Solución? Un voluntario fue corriendo al campo vecino del FC X a buscar una para poder reanudar el juego.

Pese a que la circunstancia no había influido en el resultado, el Barça presentó una protesta formal por la negligencia rival, seguramente provocada por la derrota sufrida (1-2). La queja no fue atendida, pero no nos quita de imaginar la cara del encargado del campo de los X al ver llegar a un hombre a la carrera diciéndole: “Hola, vengo del campo del Barcelona. ¿No tendrá una pelota para dejarnos? Es que nos hemos quedado sin ella y no podemos seguir jugando...”

5. Campos con pendiente

17 de junio de 1906, enfrentamiento de la Copa Salud, organizada por el club de este nombre en su campo. El Barça y el FC X se enfrentaron con sólo nueve futbolistas por bando y con los azulgrana Romà Solà (portero) y Enric Barraquer (delantero) jugando vestidos de calle. Además, el campo del Salut FC no era plano sino que hacía pendiente, detalle nada banal que dificultaba el desarrollo del juego. Como escribían en Los Deportes con cierto argumentario, «contra pendiente es cierto que se consiguen mejor los goals, pero a favor del pendiente se domina más». Y se quedaban tan anchos, todos juntos.

Al fin y al cabo el equipo de los incógnitos venció por 4-2, en una mala tarde de Solà, («pelota que llegaba a sus dominios, pelota que se metía en la red»). El hombre, vestido de calle, recordemos, prefería alejarse de su portería en los ataques rivales antes de ensuciarse la ropa. En cambio, Barraquer supo aprovechar la indumentaria para marcar su golito. Un pobre defensa del X le confundió con el árbitro y le dejó pasar. Entonces, tampoco los jueces llevaban uniforme y claro, eso sería un desbarajuste.

6. Bocadillos, limones y pomos de flores

Los niños que iban al campo de la calle Industria (1909-22) eran obsequiados con un bocadillo de jamón serrano para que merendaran. Los porteros y acomodadores eran los encargados de entregarlos en la entrada. Imágenes entrañables de tiempos muy lejanos, equiparables a la del socio Narcís Deop saliendo al descanso en el campo cargado con una bandeja llena de limones para repartirlas entre los futbolistas de ambos equipos. Y para redondear el cuadro pintoresco de algunas tradiciones hoy ya completamente olvidadas, los futbolistas del Barça regalaban pomos de flores a las señoras espectadoras en cada partido de clausura de la temporada.

7. Conciliación laboral

El 29 de julio de 1915 el Barça disputó un partido de entrenamiento entre los 22 integrantes del primer equipo a la intempestiva hora de las seis de la mañana. Cabe decir que el club dio una peseta y media a cada futbolista, para que pudieran desayunar en el bar del campo de la calle Indústria. De hecho, en aquella época de amateurismo total, resultaba habitual que los jugadores se entrenaran de seis a ocho de la mañana para poder llegar después a tiempo a sus respectivos horarios de trabajo. El desayuno de los esforzados consistía en un huevo, pan y un vaso de leche con cacao. Todo muy frugal y nada de café, que habría parecido más adecuado para espolear a los madrugadores atletas.

8. Jugando al escondite

Estamos al 23 de junio de 1925, sólo veinticuatro horas antes de que el club fuera clausurado seis meses por la pitada en el himno español vivida en el campo de Les Corts. Aquella víspera, un empleado anónimo, actuando por iniciativa propia, se preocupó de poner a buen recaudo todo lo que consideraba más importante, no fuera caso. En unas cajas que el desconocido personaje compró en el estanco que se encontraba en la entrada del local social, en la plaza del Teatre, introdujo dos máquinas de escribir, una de imprimir carnets de socio, varias copas de calidad, banderines y libros de actas y de socios. Todo fue trasladado al piso principal del número 21 de la calle de Aribau, antigua sede social del Barça en los años 1919-21, y escondido en una habitación oscura donde una verdulera guardaba su mercancía. Seis meses después, finalizada la clausura del club, todo fue devuelto a su sitio. Ningún directivo se dio cuenta de lo ocurrido. Qué intuición. O que, el hombre ya imaginaba que pronto petarían secas, tal y como se comportaba el Club y tal como iba la dictadura.

9. Colegiado y jugador, compañeros de tren

El 18 de febrero de 1934 el Barça tenía que jugar un partido de Liga en el campo del Racing de Santander. A última hora, ya con el equipo en la ciudad cántabra, se lesionó el delantero barcelonista Luis Miranda y el entrenador Plattkó no tuvo más remedio que gritar de urgencia a Mario Cabanes, joven futbolista de veinte años. Cabanes tomó rápidamente el tren en Bilbao y después, hacia Santander, donde faltaba él. Pero el retraso del tren era notable y el chico se iba poniendo nervioso. Cuando su compañero de asiento se enteró de la causa de su desasosiego, le tranquilizó rápidamente con estas palabras: «No te preocupes, chico. Hasta que yo no legue, no habrá partido. Soy el árbitro». Se trataba al colegiado señor Steimborn. El partido comenzó finalmente con todos los protagonistas, pero Cabanes tuvo un mal debut, puesto que el Barça perdió por 3-1.

10. Una pizarra táctica diferente

Casi sin querer, un día, el siempre travieso Gustavo Biosca quiso demostrar que la figura del entrenador quizás no resulta tan importante como queremos creer. En la víspera del partido Barça-Real Sociedad (12 de diciembre de 1954), entró en el vestuario para escuchar la charla del míster Sandro Puppo y vio la pizarra llena de flechas, como era habitual. Todavía no había nadie y Biosca no se lo pensó dos veces: cogió el yeso para añadir a la boba tres o cuatro flechas más arriba y abajo. El Gitano pensaba que Puppo se daría cuenta de la fechoría y montaría un pequeño escándalo, pero cuál sería su sorpresa al comprobar que el entrenador italiano impartía la clase como si nada. Finalmente, el Barça venció ese duelo por 4-1 y Biosca siempre bromeaba diciendo que se había ganado gracias a sus flechas. Cuando, finalmente, Puppo se enteró de la barrabasada, quería fulminar al central de L’Hospitalet…

11. Derbi de bolos

Durante la temporada 1954-55 el Barça tuvo sección de bowling, gracias a que los miembros del club 'Bolopin's' se constituyeron provisionalmente en sección barcelonista de este juego tan difundido en todas partes. La cosa tuvo su qué, porque casi simultáneamente el Espanyol formó su propio equipo de bolos. Y así, como quien no quiere la cosa, el 18 de febrero de 1955 el local del 'Bolopin's', sede del FC Barcelona, ​​fue escenario de un apasionante derbi de bowling en una jornada del 'Torneo Ciudad Condal'. El público que llenaba hasta los topes el recinto presenció la doble victoria barcelonista, tanto en hombres como en mujeres. La sección, en su breve existencia, disponía de equipo masculino y otro femenino.

12. El boxeo como método de entrenamiento

En 1955, Ferenc Plattkó, aquel mítico portero de los años veinte, volvió por segunda vez como entrenador a Can Barça, dado que ya había dirigido al equipo en la campaña 1934-35. El húngaro era hombre cepado, de físico corpulento, y aspiraba a que sus discípulos fueran como él. Cuando vio en los vestuarios a un muchacho gallego de veinte años, delgado y poco, decidió que no lo quería así. Por tanto, obligó al chico, llamado Luisito Suárez, a practicar el boxeo con un punching ball durante media hora después de cada entrenamiento en Les Corts. La broma duró una semana justa, el tiempo que tardó 'el gallego de oro' en ir al despacho del mistero para decirle: «Mire, a la pera esa yo no voy más porque yo he venido aquí a jugar al fútbol y no a boxear». Tal como Luisito le picaba al esférico, debemos darle la razón a la fuerza.

13. Arquitectos contra contratistas

Si tenemos que ser cuidadosos, el primer partido de fútbol en Spotify Camp Nou se disputó el 10 de agosto de 1956, más de un año antes de su inauguración, cuando todavía se estaba construyendo. Fue un choque entre el equipo de los arquitectos y el conjunto de los contratistas, ganado 2-1 por los primeros. El arquitecto Francesc Mitjans actuó de portero. El primer gol lo marcó un señor llamado Hernández. Toda la gloria para él.

14. Sesiones de cine

Una de tantas del inefable Helenio Herrera, entrenador en el bienio 1958-60. A veces, H. H. se llevaba a sus jugadores al cine para desintoxicarles un rato del fútbol. Y repetía cierto ritual. El técnico les preguntaba qué película preferían, si de 'tiros', de amor, cómica... Pero la respuesta de los futbolistas importaba poco porque Herrera ya había comprado las entradas con antelación. Incluso, llevado por su manía de controlarlo todo, ya había visto previamente el filme para comprobar si era adecuado para sus pupilos.

15. Foncho y Kubala, pugna por la ventana...

Alfonso Rodríguez, el entrañable Foncho, era un defensa canario aterrizado en el Barça en 1960 que sería titular en la maldita final de la Copa de Europa de Berna, el 31 de mayo de 1961. Precisamente, en el hotel de la capital suiza donde se alojaba la expedición azulgrana a la espera del gran encuentro, Foncho compartía habitación con el crack Ladislao Kubala, que a sus casi 34 años seguía tan cepillado y fuerte como siempre. En esa primavera helvética del 61 hacía un frío que pelaba. La misma mañana de la final, Foncho todavía se encontraba en la cama, tapado con una gruesa manta hasta arriba, cuando, de repente, observó cómo un Kubala medio desnudo abría la ventana de la habitación de par en par para respirar profundamente: « Fonchito, oxígeno puro, aire puro, bueno para el partido». El canario, asustado, tuvo que pedirle a gritos que cerrara la ventana si no quería coger una pulmonía. Anécdota que casa a la perfección con la personalidad de Kubala. El hombre era así, un deportista puro y bastante atrevido.

16. ... y robo de libros

Volvemos a Foncho y Kubala. El canario contaba una jugosa sobre la época en que era entrenado por el húngaro, a principios de la década de los 60: «De toda la vida he sido un vicioso de la lectura y mi momento predilecto para leer es antes de dormir. Cuando estaba en el Barcelona, ​​Kubala lo sabía y solía quitarme el libro todas las noches que pasábamos concentrados. Lo pretendía que así me dormiera antes, pero lo único que conseguía era que no pudiera pegar ojo. Por eso tuve que apañármelas para quitarme siempre dos libros. Así cuando Kubala me quitaba uno, yo podía leer tranquilamente al otro...».

17. Un error de 200 llamadas

En septiembre de 1966, un error tipográfico provocó que el club publicara en la prensa barcelonesa el número (equivocado) de teléfono que, supuestamente, pertenecía a las nuevas oficinas del club, ahora situadas en La Masia. En realidad, el teléfono estaba a nombre de un señor particular que nada tenía que ver con el Barça. Con cristiana resignación, el hombre soportó unas doscientas llamadas dirigidas al club hasta que se solucionó el problema. Suerte, según se publicó en la prensa de aquellos días, que el damnificado era culé.

18. Cruyff, un debut temeroso

El 28 de octubre de 1973, día del debut oficial de Cruyff, entre los culers existía verdadero pánico en el Granada, pero no por su calidad futbolística sino por la reconocida extrema dureza de su defensa, formada por personajes como el argentino Aguirre Suárez, el paraguayo Fernández y el uruguayo Montero Castillo, tres jugadores terroríficos para los delanteros rivales. Tanto era el miedo azulgrana a las previsibles caricias de la defensa andaluza a la rutilante estrella del FC Barcelona que el ex jugador barcelonista Rodri se acercó al hotel del Granada para hablar con Fernández, que en la temporada 1968-69 había jugado al Barça, y rogarle que tuvieran piedad de Cruyff, «que ha costado mucho dinero». El defensa paraguayo, genio y figura, no le hizo demasiado caso, coherente con la franqueza que, en cierta ocasión, le hizo confesar que era tan duro con sus rivales porque aprovechaba que se televisaban pocos partidos. Ese día, casi obviamente, Fernández fue amonestado tras espetarle una traicionera patada al delantero holandés. Sin embargo, Cruyff gozó de la gran suerte de que el temible Aguirre Suárez se encontraba sancionado. Al final, como confesaría Johan tiempo después, éste era el principal recuerdo que le quedó de ese estreno: «Hubo una falta y fui al área a rematar, pero Asensi me dijo que no me metiera allí. '¡Tú no entras porque igual no sales!, y con lo que has costado sólo faltaría que te lesionen el primer día'». Salvar al soldado Cruyff...

19. Johan Neeskens, siempre querido

En diciembre de 1977 el periodista Jaume Boix entrevistó a Johan Neeskens en la Clínica Sagrada Familia, donde el holandés empezaba a recuperarse de una operación en los ligamentos de la rodilla. Boix recordaba que, para acceder a su habitación, tuvo que cruzar toda una planta de hospital decorada con flores a ambos lados del pasillo. El periodista confesaba no haber visto algo similar. Y no hace falta insistir ahora a quienes vivieron aquellos años el grado de idolatría que el barcelonismo profesaba a 'Nes', seguramente para confirmar que siempre ha sentido una flaca especial hacia aquellos futbolistas dedicados a sudar el tocino duro y que nunca dan una pelota por perdida. Y Neeskens era de esos.

20. Los vigilantes caninos del Camp Nou

En la temporada 1994-95, el Barça 'contrató' a cuatro vigilantes bastante especiales para velar de la seguridad del Camp Nou en los días de partido. Recordemos que las obras de remodelación del Estadio del verano del 94 habían borrado el foso que separaba las gradas del rectángulo de juego. Por tanto, sólo se podía evitar una hipotética invasión del campo con la presencia persuasiva de los miembros de seguridad del club. Pues bien, ese cuarteto de vigilantes cumplía con creces su función disuasoria, ya que eran perros de raza Rottweiler, unos cánidos fuertes y musculosos, aparentemente tranquilos pero feroces si alguien los provoca.

Como sea que el comportamiento del público del Camp Nou era ejemplar, cinco años después la seguridad del Barça decidió recortar su plantilla canina y sólo quedaron dos Rottweilers, Trotsky y Demon. En cierta ocasión, uno de ellos había demostrado a los espectadores del Estadio lo que era capaz de hacer cuando un balón le impactó casualmente. Enloquecido ante este 'ataque' ya la vista de todos, el perro se cebó de manera estremecedora con el esférico. Aquello si que fue un anuncio...

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