EN PRIMERA PERSONA: Hristo Stoichkov
Hace exactamente 30 años, el 3 de mayo de 1990, fiché oficialmente por el FC Barcelona y me convertí en el ser humano más feliz del planeta. Pero empecemos por el principio…
Mi llegada a Barcelona empezó a gestarse un año antes. Era abril de 1989 cuando mi equipo de entonces, el CSKA Sofía, se enfrentó al Barça en la semifinal de la Recopa de Europa. Tuve la fortuna de marcar tres goles -dos en el Camp Nou y uno en Bulgaria- en aquella decisiva eliminatoria que acabó clasificando al Barça para la final de Berna. Esos tres goles seguramente marcarían toda mi carrera deportiva posterior.
El más listo de todos fue Josep María Minguella, el representante e intermediario del Barça que acabó liderando mi fichaje por el Barça junto con el ya fallecido Paco Ventura, vicepresidente del Club en aquella época. Tras aquellos partidos y ver mi evolución, ambos recomendaron mi incorporación a Johan Cruyff, que dio su OK al fichaje.
Fueron meses de incertidumbre. A finales de 1989 yo ya tenía un precontrato firmado con el Barça… pero ¡no se lo había dicho ni a mi mujer ni a mis padres! No quería que nada se torciera, así que estuve callado hasta que se hizo oficial en mayo de 1990. Imaginaos…
¿Si hubo otros equipos interesados en mi fichaje? No os engañaré: los hubo. Esa temporada 1989/90 gané la Bota de Oro -empatado a goles con Hugo Sánchez- y hubo ciertos equipos que llamaron a la puerta. Aunque antes ya había habido otros. ¿Cuáles fueron? Sólo nombraré al primero de todos: Panathinaikos, que era uno de los grandes en Europa a finales de los 80. Llegaron a ofrecerme mucho dinero pero yo era muy joven, tenía veintipocos años y consideraba que quedarme un año más en Bulgaria me serviría para aprender más cosas. Hay que recordar que el CSKA era un equipo militar, donde primaba la disciplinaba, y que tenía grandes jugadores: Ivanov, Penev, Kostadinov…
Cuando por fin llegué a Barcelona, me adapté rápido a su gente. Recibí muchos consejos de Minguella y su entorno. Con ellos iba casi cada día al Club de Tennis Pompeia, cerca de Montjuïc, donde además de jugar al tenis, practicábamos otros deportes, íbamos a la piscina y pude conocer a un montón de gente.
Bueno, ¡y qué decir de la gastronomía! La mongeta blanca, la botifarra, la paella, el arroz, el pa amb tomàquet… Todos estos platos típicos me encantaron, ya que en Bulgaria existen comidas similares.
Durante mi primera etapa en Barcelona dedicaba los días que tenía libres a recorrer Catalunya. Cogía el coche y me desplazaba a pueblos típicos. Recuerdo que mis primeros viajes fueron a la playa de Calonge o a Guimerá, un pueblecito cerca de Lleida. ¡Todo el mundo me trataba genial, era maravilloso! Me sentí integrado desde el primer momento. Y debo decir que todavía hoy me siguen parando por la calle y agradeciéndome mi manera de ser. No sólo en Catalunya. Cuando he estado en Málaga, Salamanca, Mallorca o León, por ejemplo, la gente también me ha parado y me ha dado las gracias.
Es por eso que, siempre que tuve la oportunidad, intenté devolver ese cariño a la gente. Por ejemplo, tras ganar la Copa del Rey de 1997. Estábamos celebrando el título en la Plaça Sant Jaume y conseguí que, tanto el entonces President de la Generalitat Jordi Pujol como el Presidente del Barça Josep Lluís Núñez, empezaran a dar saltos de celebración. Fue una imagen icónica que todavía hoy mucha gente recuerda. Eran momentos de alegría y yo trataba de devolver a la gente ese cariño recibido durante años.
Es la misma razón por la que, unos años antes, en 1994, cuando entre todos mis compañeros me ayudaron a ganar el Balón de Oro, quise obsequiar con algunas réplicas del galardón a aquellos que tanto me habían apoyado. Encargué hasta cuatro réplicas del Balón de Oro: una para el FC Barcelona (que está expuesta en el Museo del Club), otra para el CSKA Sofía, otra para el President Pujol y otra para el presidente búlgaro Zheliu Zhelev. Puede parecer extraño, pero éstos últimos eran entonces los máximos representantes de las sociedades catalana y búlgara, respectivamente, así que me pareció lógico agradecerles el exquisito trato recibido por parte de los pueblos a los que representaban.
A quién también le debo mucho, o todo, es a Johan Cruyff. Lo primero que debo agradecerle es que confiara en mí. Que apostara por mí. Recién aterrizado en Barcelona, recuerdo que me dijo: “Escúchame, trabajaré contigo hasta que ganes el Balón de Oro”. Yo por aquel entonces era prácticamente un chico desconocido, y que Cruyff me dijera aquello me motivó muchísimo. Luego, en infinidad de ocasiones, me decía cosas que me ponían de mala leche y, al fin y al cabo, aumentaban todavía más mis ganas de salir a ganar. Johan era un gran motivador e hizo un montón de cosas por mí y por mi familia que le agradeceré eternamente.
Futbolísticamente hablando, los inicios no fueron del todo fáciles. Yo tenía que adaptarme a la posición del balón y me costaba no correr detrás de él. Cuando comprendí y asimilé todos los conceptos del estilo de juego del equipo, todo empezó a funcionar. Fue clave el excelente ambiente que había en aquella plantilla.
Recuerdo el día en el que el míster, Cruyff, no pudo viajar a Bilbao al haber sido intervenido de sus problemas en el corazón poco antes. La plantilla quería dedicarle la victoria y ganamos 0-6 en San Mamés. Ese día, encima, marqué uno de mis mejores goles con el Barça.
Como digo, eran todos grandes personas, grandes compañeros, y todos nos llevábamos de puta madre. Eso explica que luego, sobre el césped, nos entendiéramos con una sola mirada. Ahora, tres décadas después, seguimos felicitándonos los cumpleaños los unos a los otros y manteniendo la amistad.
¿Pero quién era el líder de aquel equipo?
Seguramente Johan Cruyff era el líder de aquel proyecto pero el líder del vestuario cuando yo llegué era José Ramón Alexanko, el gran capità. Luego estaban Bakero, Zubizarreta, Koeman… Todos ellos llevaban años y se hacían oír. Luego había otros líderes: ‘Txiki’ Begiristain era el líder de las bromas, Eusebio el líder en llegar tarde, Julio Salinas el líder en perder apuestas, Laudrup el líder catando vinos… Recuerdo que, tras probarlos, siempre le decía al camarero: “Este no está bien, traiga otro”.
Pero había más: Goikoetxea era el líder a la hora de traernos lechugas, espárragos y pimiento rojo, Nadal era el encargado de conseguir ensaimada de sobrasada y los más jóvenes traían pa amb tomàquet. Nunca me faltaba nada de nada.
Todos, absolutamente todos ellos, me ayudaron en mi etapa en Barcelona. Y no sólo ellos.
Por ejemplo, tras el pisotón que le di a un árbitro durante un Clásico, el equipo trabajó conmigo para calmarme. Yo era muy joven y Cruyff y Rexach hablaron conmigo para relajarme. Yo siempre he sido una persona con mucho carácter y eso también hay que trabajarlo. Y una cosa no cambia la otra. Yo estoy orgulloso de mi personalidad: el carácter no se compra en las farmacias. O se tiene o no se tiene.
De aquel episodio del pisotón aprendí a jugar más relajado. Me decía a mí mismo: “No hagas esto, no hagas lo otro”. Además, debo decir que, con los años, he acabado teniendo una gran relación con aquel árbitro, Urízar Azpitarte. Fui a visitarle a su casa en Bilbao y él también estuvo presente, en Bulgaria, en la presentación de mi biografía. Al final, él también forma parte de mi historia como futbolista.
Son muchas las personas que me ayudaron a triunfar en el Barça. Además de Cruyff, Rexach y Bruins Slot, los delegados Carlos Naval y Rodolfo Peris, los preparadores físicos Ángel Vilda y Joan Malgosa, los masajistas Àngel Mur y Jaume Langa, los médicos Carles Bestit, Josep Borrell y Fernando Baños, y sobre todo los fisioterapeutas Ferran Arnedo y Salva Hellín, entre muchísimos otros, fueron fundamentales para mi buen rendimiento.
También Josep Lluís Núñez y su mujer, que fueron claves para que volviera al Barça tras mi fichaje por el Parma. Seguramente, irme del Barça en 1996 es la peor decisión que he tomado en mi carrera. Si tuviera una varita mágica y pudiera cambiar una sola cosa de mi trayectoria, sería esa. Por fortuna, pude regresar un año después. No quiero olvidarme tampoco de Joan Gaspart, Anton Parera, Nicolau Casaus, Amador Bernabéu o los ya citados Josep Maria Minguella o Paco Ventura, todos ellos figuras importantísimas para mí y mi familia.
Les estoy agradecido a todos y también, cómo no, a toda la afición. Hubo muchos días que fallé goles imposibles de fallar y, segundos después, ahí estaba el Camp Nou aplaudiéndome y animándome. A mí y a todo el equipo. Sin ellos, aquellos años no hubieran sido posibles.
Desde Miami, os mando un fuerte abrazo, sobre todo en estos días difíciles para todos.
¡Visca el Barça! ¡100%!